Las calles del viejo Jerusalén se ven obscuras y desoladas. A esta hora la mayoría de las personas se han ido a la cama para estar listos para la gran fiesta. El viento sopla en las calles. Los discípulos siguen a Jesús y de vez en cuando se detienen para escuchar las enseñanzas que da a dos o tres personas del grupo, a medida que avanzan. Giran en la esquina del gran muro oriental del templo y se dirigen hacia la gigantesca puerta de esa misma dirección. A los pocos minutos se encuentran atravesando el Valle del Cedrón y entran a un jardín con pequeñas laderas del Monte de los Olivos. Sabían a donde irían, pero, aun así, ¡sentían que sus almas lo desconocían! No era fácil entender lo que Jesús les decía y se lo cuestionaban entre ellos. Se sentían confundidos y afligidos. Estaban ingresando a lo que el poeta San Juan de la Cruz llamó “la noche oscura del alma”.
Así como los discípulos, nosotros también nos confundimos y afligimos con frecuencia. En ocasiones, no entendemos lo que el Señor está haciendo. Y así como los discípulos, nuestra confusión nos provoca lágrima de frustración y temor. Entramos a nuestras propias noches oscuras del alma, un paso necesario en el camino que nos lleva a tener intimidad con Jesús. Nos envuelve el presentimiento de una futura pérdida. ¡Confusión! ¡Temor! La respuesta que dieron los discípulos era común en ellos. No preguntan directamente a Jesús, en cambio, susurran y se hablan entre sí. Nosotros actuamos igual. Las alternativas se limitan a buscar refugio en una amistad, consuelo de un líder espiritual o dejarnos caer en la desesperación. Las noches oscuras pueden parecer interminables.
LA VISTA EN JESÚS
Jesús anticipa lo que están pensando y predice que su confusión del momento les causará dolor y lágrimas. En estos versículos, en dos ocasiones, Jesús les habla del misterio que los mantiene pensativos. “Dentro de poco ya no me verán; pero un poco después volverán a verme”. Esta frase sigue siendo un enigma para los teólogos, incluso dos mil años después. En realidad, ¿qué quiso decir con esto? La primera parte está muy clara. Jesús va de camino a la cruz. Ya había hablado con anterioridad de la cruz. La cruz es la fuente de su aflicción, pero, ¿cuál es la fuente de su gozo? ¿Qué quiere decir en la segunda parte de su oración?
Jesús podría estar hablando de su segunda venida. Puede ser que haga referencia a su regreso en gloria para reclamar el mundo para Él. El problema con este punto de vista es que eso significaría que el tiempo de aflicción y de dolor podría ser toda esta era. Es posible que Jesús dijera que el tiempo de lágrimas es una época completa en la historia de la iglesia, hasta que Él regrese. Desde este contexto, pareciera que Jesús supone que el tiempo de aflicción es un tiempo corto, no toda una época. Usa la imagen de una mujer en trabajo de parto, lo que nos quisiera dar a entender un tiempo corto, no una era completa.[1]
Algunas personas creen que Jesús habla de la venida del Espíritu. Había estado hablando mucho del Espíritu Santo en estos versículos, por lo que encaja dentro del contexto. Sin embargo, existen dos problemas en este punto de vista. El primero es que requiere dos tipos diferentes de vista. Pronto, los discípulos dejarán de ver a Jesús a quien en ese momento ven con sus ojos físicos, pero posteriormente lo verán con sus ojos espirituales. La interpretación es posible, pero es insólita. El segundo punto aquí es que los discípulos fueron llenos de gozo mucho antes que el Espíritu Santo se posara en ellos en poder (Juan 20:20).
Es probable que, en este punto, Jesús tenga en mente su resurrección. Esta porción describe que la vista es una referencia a las veces que Jesucristo se dejó ver después de la resurrección. Es la resurrección la que cambia su aflicción en gozo. Es la resurrección la que transforma sus lágrimas en esperanza. Solo los días en que Cristo estuvo en la tumba fue cuando los discípulos se sintieron abrumados por el dolor. Pero en cuanto lo vieron vivo, todo cambió. Entendieron lo que les había estado diciendo, aunque no del todo. La vista carecía de perspectiva. La resurrección los llenó de gozo, pero el gozo era temporal. Lo que necesitaban era un gozo que pudieran llevar durante toda su vida sin necesidad de tener la presencia física de Jesús. El Espíritu de Dios es la fuente para ese tipo de gozo, porque de alguna manera, Jesús vio mucho más en el futuro que el tiempo de su presencia resucitada en esta tierra. Él vio lo que necesitamos en la actualidad.
Ver a Jesús encierra un concepto mucho más grande que meramente ver a Jesús. Helen Keller, quien nació con ceguera, dijo una vez “Lo único peor a no tener vista es no tener visión”.[2] Ver a Jesús por medio de los ojos de la fe involucra la visión espiritual, es decir, una visión que produce el Espíritu de Dios. Aquí hay dos verbos diferentes conectados a dos secuencias de tiempo (“un poco después”). La primera frase “dentro de poco” es el intervalo de tiempo hasta su muerte en la cruz. Después de la cruz “ya no me verán”.[3] En este caso, trata de una vista sensorial por naturaleza. Significa “ser un espectador, ver u observar”.[4] Después de la cruz, los discípulos dejaron de ver a Jesús con sus ojos físicos por poco tiempo. Jesús sigue diciendo que lo volverán a ver. El segundo verbo se usa con referencia a una visión espiritual.[5] Jesús combina la Pascua con el día del Pentecostés. Las veces que se dejó ver después de la resurrección, sin duda tuvo que ver con una vista física, pero cuando el Espíritu Santo descendió el día del Pentecostés, la comprensión se transformó en una visión espiritual. En la segunda parte, la palabra “verme” posee un doble significado. Desde una vista física, el Espíritu Santo pasa a apreciarse con una visión espiritual.[6]
Sin embargo, debemos ser cuidadoso de no espiritualizar esta visión como si solo fuera una visión espiritual sin referencia alguna a la visión física real, como algunos lo hacen.[7] Las veces que Jesús se dejó ver después de la resurrección fueron físicas, las cuales pudieron apreciase por ojos físicos y no solo por meras experiencias espirituales. Una pista para demostrar que tanto la vista física como la espiritual son ciertas se encuentra en la expresión paralela donde Jesús dice: “Dentro de poco el mundo ya no me verá más, pero ustedes sí me verán” (Juan 14:19). El mismo verbo se usa en las dos expresiones relacionadas con la vista: la de antes de la muerte y la posterior a la resurrección[8], lo que hace una distinción entre vista y visión, sin relevancia en esta declaración.
Ver a Jesús encierra un concepto mucho más grande que solo ver a Jesús, pero tampoco es nada menos que ver a Jesús. Ver a Jesús después de la resurrección fue una acción por medio de la vista física real, no solo una experiencia como una visión de fe. Ver corporalmente a Jesús se entiende como una visión divina del Espíritu Santo, incluso cuando fue visible en realidad para quienes lo vieron. El acto de ver con los ojos del cuerpo y el acto de ver con los ojos de la fe convergen para forma una sola vista, protege nuestra fe del misticismo y el racionalismo.
EL DOLOR QUE TRAE GOZO
En la vida hay momentos de confusión y dolor. Sentimos como que desperdiciamos nuestro tiempo y energía. Sentimos como que Dios hubiera abandonado nuestros sueños y ambiciones. Nuestro mundo ha colisionado y todo a nuestro alrededor se ha consumido, lo que nos deja sin nada, solo un ambiente rodeado de nubes grises. Debido a la confusión, ¡lloramos! Nos rendimos y abandonamos todo. En 1916, Oswald Chambers dio una charla a un grupo de soldados en el refugio de Hombres Jóvenes Cristianos en el campamento Zeitoun en Egipto, al mismo tiempo que se desataba la Primera Guerra Mundial. Chambers murió un año después a la edad de 43 años como Capellán de las tropas británicas en Egipto. Una de sus frases fue: “Cuidado con el optimismo superficial que declara que cada nube tiene su resplandor de esperanza, porque existen nubes que son completamente negras”.[9] Hay momentos en la vida en que hasta los creyentes más maduros atraviesan confusión. Esa confusión nos envuelve en llanto al tiempo que clamamos a Dios porque no entendemos lo que Él está haciendo. Puede que no veamos un rayo de esperanza, ¡pero podemos aferrarnos a una promesa eterna! Jesús nos dice que cuando llegue el momento, nuestras lágrimas se convertirán en gozo (Juan 16:20-21).
Paul Brand, un médico especializado en lepra, escribió: “He logrado entender que el dolor y la alegría no llegan como contrarios, sino como gemelos siameses, unidos y entrelazados de una manera extraña.”[10] En algún lugar me topé con este proverbio: “El alma no tendría arcoíris si los ojos no tuvieran lágrimas”.
Me hice buen amigo de Ed y Betty Hinds desde que trabajé con Betty en la universidad bíblica. Nos mantuvimos en contacto después de que ella dejara de trabajar ahí y oramos juntos cuando la salud de Ed empezó a decaer. En una ocasión, visité a Ed en el hospital. Fue un momento de esplendor en mi semana. Ed había sufrido una apoplejía hacía un mes y no podía hablar ni moverse desde entonces. Ese día lo encontré sentado en una silla de ruedas. Tenía una mente ágil y podía articular algunas palabras. Podía moverse en la silla de ruedas. Ed, Betty y yo lloramos con gran alegría todos juntos. Me fui llorando de agradecimiento por la gracia de Dios. Algo que digo con cortesía, pero con verdad es que esa vez, sentí mucho más gozo ver a Ed que cuando lo veía antes, aunque Ed ya no tuviera las mismas destrezas. El gozo más grande atraviesa un dolor más profundo.
Ravi Zacharias nos cuenta la historia en la que conoció a dos misioneros que habían servido en Irán durante 14 años. Conoció a Mark y Gladys Bliss en un grupo de cristianos iraníes que se congregaban. El anfitrión iraní le contó una historia. En una ocasión, Mark y Gladys iban en vehículo a visitar una iglesia cerca de Teherán; iban con sus hijos y algunos amigos, de repente, sufrieron un trágico accidente. Sus tres hijos murieron. La otra pareja también perdió un hijo en el accidente. Ravi volteó a ver a Mark y a Gladys del otro lado de la habitación mientras su nuevo amigo le contaba la historia. Se maravilló al ver la paz que rebosaban a pesar de haber perdido a tres hijos mientras servían fielmente al Señor en Irán. ¿Cómo logra alguien sobrellevar tremendo peso? “Su testimonio fue un rayo de esperanza en nuestra comunidad”, continuó diciendo el anfitrión iraní. “Solo su fe en Dios nos permitió avanzar”.[11]
El proceso del crecimiento espiritual que Jesús modela en este pasaje es el desarrollo de nuestra fe al dejar de responder algunas de nuestras preguntas. Al igual que los discípulos, tenemos preguntas; buscamos respuestas, así como ellos las buscaron, pero Jesús no siempre da respuesta a nuestras preguntas. Las palabras que Jesús usa en el versículo 20 “llorarán de dolor”, son palabras fúnebres. Retratan el llanto y el lamento de aquellos que están de luto. Jesús no responde a sus preguntas en lo absoluto. En lugar de ello, los prepara para sufrir, llorar, para que al final, se regocijen. No les dice lo que ellos quieren saber. Les dice lo que necesitan oír. Cristo pone atención a nuestras necesidades, no a nuestras preguntas.
La palabra llanto se usó para expresar la emoción intensa de la aflicción profunda ante la muerte de un ser querido. En el Antiguo Testamento se indica que el lamento era una especie de dependencia en Dios, en lugar de una expresión de desesperanza absoluta. La segunda palabra para llanto se usa para los cantos fúnebres. El lamento fúnebre a menudo se caracterizaba por golpearse el pecho y expresar cantos fúnebres a gran voz.[12] Las primeras dos palabras se refieren a las expresiones externas de dolor, pero la tercera palabra habla del sufrimiento interno.[13]En el libro de Juan, esta palabra se vuelve a usar únicamente para describir los sentimientos de Pedro cuando Jesús le pregunta después de su resurrección si lo ama. Pedro sintió dolor (Juan 21:17). El contraste que existe entre quienes lloran y el mundo que se regocija intencionalmente intensifica el dolor de la aflicción para el creyente. Cuando el mundo se alegra, esas lágrimas parecieran más dolorosas; sin embargo, claro está que la historia no termina con llanto ni con la alegría del mundo.[14]
Sus lágrimas no se reemplazarán solo con gozo.[15] El mismo suceso de la cruz es el que provoca sus lágrimas y es el que trae gozo para ellos. Esa es la razón por la que el símbolo de la cruz, la fuente de la aflicción, se ha convertido en el símbolo de fe, la fuente de la esperanza. Es el mismo suceso el que puede cambiar el dolor en gozo. Jesús usa el ejemplo del alumbramiento para ilustrar esta idea (v. 21). Los dolores de parto se han asociado con las metáforas mesiánicas que se encuentran en el Antiguo Testamento (Isaías 26:17-18; 66:7-8; Oseas 13:13). Jesús predice los dolores de parto de la era mesiánica. A menudo, el dolor es el sentimiento que antecede al gozo en nuestras vidas. El sufrimiento en la tierra nos conduce al gozo celestial. Nuestras lágrimas en la muerte son los dolores de parto de nuestro gozo en la vida eterna con Jesús.
DOLOR: DONDE ENCONTRAMOS SU JOYA
En muchas ocasiones de nuestra vida, Jesús elige contestar a nuestras necesidades, no nuestras preguntas. Necesitamos un amigo, no una persona que solo responda. Necesitamos a alguien que camine con nosotros en la vida, no una computadora que pueda predecir nuestro futuro. Necesitamos crecer espiritualmente y en ocasiones, la única forma en la que podemos crecer es soportando las luchas de la vida. Muchos de los momentos con mayor dolor o con las luchas más grandes nos dan los medios para acrecentar al máximo nuestra fe. La cruz es el único fundamento para la gracia y solo lograremos disfrutar de la gracia cuando aceptemos la cruz. ¡La diferencia entre Pedro y Judas fueron tres días! En esos tres días, Pedro negó al Señor, mientras que Judas lo traicionó. Los dos pecaron: Pedro divagó sin propósito; Judas divagó hasta colgarse. El suicidio tiene la característica de que las decisiones que se toman son permanentes, no pueden cambiar. Los dos pecaron terriblemente, pero sin lugar a dudas, el perdón de Cristo se hubiera dado por igual a Judas, como lo hizo con Pedro. Judas ya no estuvo presente para recibir el perdón porque había tomado una decisión final. La diferencia se dio durante el tipo de espera que hizo cada uno en el Señor. Uno disfrutó del gozo de la gracia de Dios y el otro sintió el aguijón del juicio de Cristo. ¡En la espera estuvo la diferencia!
Una antigua parábola nativa habla de un maestro que daba enseñanzas a su aprendiz sobre el dolor. El aprendiz se quejaba de su suerte en la vida, por lo que el maestro colocó un puñado de sal en un vaso con agua y le dijo que la bebiera. Al tomar el vaso y tomar un sorbo del agua, la escupió inmediatamente. El agua salada estaba amarga. Entonces, el maestro lo llevó a un lago y lanzó un puñado de sal al agua. Le dijo al aprendiz que bebiera agua del lago. Él lo hizo y sintió el sabor del agua fresca. El dolor en la vida es la sal, dijo el maestro. La cantidad de amargura que sientas no dependerá de la sal, sino de dónde coloques la sal. Ahora bien, vierta el dolor de su vaso, esa agua salada que está sintiendo; viértala en el lago de la gracia de Dios. La gracia de Dios absorbe nuestro dolor al convertir nuestro llanto en gozo.[16] Quizás Cristo nunca conteste nuestras preguntas más inquisitorias en esta vida, pero sí satisfará nuestras necesidades más profundas.
Nuestras lágrimas son las semillas de gozo, no solo el precursor de ese gozo. Jesús dice: “Su tristeza se convertirá en alegría”. No está diciendo que el dolor es solo el precursor del gozo. Lo que en realidad está diciendo es que, en algún momento, el gozo reemplazará el llanto. El gozo no es el reemplazo de las lágrimas. Las lágrimas no son la promesa de que el gozo llegará en algún momento. Lo que Jesús dice es que el mismo suceso que causó las lágrimas, es el suceso que produce gozo. ¡Su tristeza se convertirá en alegría! Cada madre conoce este principio, razón por la cual Jesús habla de madres en esta analogía. Tuve el privilegio de acompañar a mi esposa en la sala cuando nacieron mis hijas. Admiro a mi esposa. Tuvimos que esperar once largos años para ser padres. Soportó múltiples cirugías y meses en el hospital para lograr dar a luz a nuestras hijas. El proceso fue largo y difícil. El nacimiento en sí la abrumó de sufrimiento. Durante el dolor de parto lloró muchísimo, pero esas lágrimas no detuvieron el nacimiento. Después hubo más lágrimas idénticas, pero la diferencia fue que esas lágrimas se habían convertido en gozo. El mismo suceso trajo llanto y alegría.
Elisabeth Elliot escribió: “El máximo propósito de Dios en el sufrimiento es el gozo”.[17] Jesús no solo limpia las lágrimas para darnos gozo. No solo reemplaza nuestras lágrimas con gozo. En lugar de ello, las lágrimas de dolor se convierten en lágrimas de gozo. El dolor puede tener un propósito. La cruz de Cristo primero nos gran dolor, pero el mismo suceso trae un significado de gran gozo. Actualmente, en nuestras vidas, el suceso que trae el mayor sufrimiento y pérdida también es el mismo suceso por medio del cual Cristo nos trae el gozo más grande en la vida. El poeta Frederic Meyers escribió que “todo torbellino de nuestro frenesí” acosa nuestras tristes vidas, pero ahí Dios nos da momentos “para la paz y el olvido”, mientras que en “el dolor nos permite la joya de su gozo”.[18]
APRÓPIESE DEL DOLOR
En enero de 1956, cinco misioneros aterrizaron en un área arenosas cerca del Río Curaray en Ecuador. Nate Saint, Jim Elliot, Roger Youderian, Ed McCully y Peter Fleming tenían el deseo de llegar a una tribu de nativos conocidos como los aucas para hablarles del evangelio de Jesucristo. Los aucas mataron a los cinco misioneros, dejando a nueve niños en medio con un tremendo trauma. Uno de esos niños era Steve Saint. En 1996, Steve escribió un artículo llamado, ¿Tenían que morir? El cual relataba la historia que no se contó acerca de las muertes.
Rachel Saint, hermana de Nate y Elisabeth Elliot, esposa de Jim, sorprendieron al mundo cuando regresaron al pueblo de los aucas para vivir entre ellos. Al final, la mayoría de la tribu aceptó a Jesucristo como su salvador. Steve Saint pasó muchas de sus vacaciones de verano viviendo entre los hombres que habían matado a su padre. En realidad, nadie sabía qué había pasado o por qué, pues los aucas nunca hablaban al respecto. Las familias habían enlazado la historia con algunas piezas, tomando historias de diarios y fotografías. A pesar de que Steve se había hecho amigo de los mismos hombres que habían asesinado a su padre, nunca les preguntó qué había pasado. Él tenía el derecho de vengar la muerte de su padre al ser su hijo mayor, pero no quería que ellos pensaran que buscaba detalles con un espíritu de venganza.
Fue en 1995 cuando Steve escuchó toda la historia de cuatro de los hombres que habían matado a los misioneros. Uno de los hombres en el pueblo quería casarse con una jovencita, pero la familia no aprobó el matrimonio, lo que frustró muchísimo a este joven. Un día, el pretendiente llevó a la joven al bosque acompañado de una mujer adulta como chaperona. Llegaron hasta donde estaban los misioneros y le dieron un paseo al joven en el avión. Todo estaba bien hasta que la pareja de jóvenes se adelantó en la jungla y la mujer adulta los perdió de vista. En eso se encontraron con el grupo de aucas, grupo en el que iba el hermano de la joven. El hermano lo acusó de haberse aprovechado de su hermana. El joven sabía que lo matarían, por lo que dijo que los misioneros los habían atacado. Una mentira le salvó la vida a un hombre, pero fue la causa de que atacaran al grupo de misioneros al siguiente día. Los aucas los asesinaron por una mentira. Steve Saint se hace esta pregunta: ¿Tenían que morir? Y su respuesta a esa pregunta es “sí”. La muerte de los misioneros fue uno de esos sucesos que el pueblo de los aucas nunca podría entender. Tenían armas, pero no se defendieron cuando los aucas los atacaron. En esta situación hubo muchísimo dolor para todos los involucrados, fue algo que destrozó el corazón de varias personas y que al final, trajo mucho gozo para la eternidad.[19]
Nuestras lágrimas se convirtieron en gozo y nuestro gozo es un gozo eterno (Juan 16:22). Nadie puede arrebatar ese gozo. Este es el ciclo del gozo del cristiano, el cual se manifestó para los discípulos durante esos tres días de agonía. También es el que se manifiesta en nuestras vidas. Primero vino el dolor que causó la cruz, pero después llegó la esperanza de la resurrección. A partir de ahí se pudo apreciar el poder de la esperanza para cambiar a los discípulos de un estado de desilusión y derrota a uno lleno de valentía y victoria. Como punto final, viene la garantía del gozo que nace por la fe. Este es el gozo que nadie puede arrebatarnos. El gozo viene por la fe. Debemos confiar en que sin importar por donde caminemos, Dios tiene un propósito para el dolor, incluso si no entendemos ese propósito. El dolor puede ser útil para traer gran gozo, un gozo eterno, sin que nadie pueda ni siquiera tocarlo. Este gozo transformador es el poder del Cristo resucitado en nuestras vidas.
El dolor con propósito produce gozo permanente que abrazamos por fe. Martin Luther era propenso a la depresión. En ocasiones se aislaba por días de todo el mundo. Su familia tenía que sacar todo aquello que pudiera ser peligroso en la casa por temor a que él se hiciera daño. En una ocasión, su esposa, Katherine, se vistió como para un funeral y entró a la habitación durante uno de esos momentos de oscuridad. Luther le preguntó quién había muerto. Ella dijo: “nadie”. Pero le dijo que por la forma en la que estaba actuando, ¡ella pensaba que Dios había muerto![20]
Jerry Sitser perdió a su esposa, Lynda, a su hija de cuatro años y a su madre en un trágico accidente automovilístico en 1991. Murieron a causa de un conductor ebrio. Le tocó recoger las piezas de su vida y cuidar a sus otros tres hijos, todos menores de ocho años. Su pérdida fue atroz, por lo que se sumergió profundamente en la obscuridad del abatimiento. Tenía un sueño recurrente de que el sol se ocultaba y él corría tan rápido en dirección al sol para seguirlo viendo, pero finalmente se ocultaba para dejarlo en tinieblas. El terror había atrapado su alma. Pensó que viviría por siempre en la obscuridad. El sueño dominaba su pensamiento hasta que su hermana, Diane, le dijo que la forma más rápida para ver la luz no era correr detrás del sol cuando se ocultaba en el poniente, ¡sino correr al oriente, acogiendo la oscuridad hasta que amanece![21]
Joni Eareckson Tada es alguien que nos ha enseñado mucho del sufrimiento que ha sufrido desde hace varios años, a consecuencia del trágico accidente de buceo que le causó cuadriplejía. Asistí a una de sus conferencias. Nos desafío para que nos apropiáramos de nuestras debilidades para que Dios empezara a hacer su obra en nuestras vidas. Nos contó que luchó con la desolación durante dos años, hasta que aprendió lo que Dios le enseñaba. Una noche, ella salió junto con un grupo de amigos y terminaron en Penn Rail Station a las 10:30 de la noche. Se sentían muy contentos y la estaban pasando bien, entonces empezaron a cantar. La acústica permitió que su canto se escuchara genial. Un oficial, al pensar que estaban sobrepasándose con la fiesta, se acercó al lugar y les dijo que se marcharan porque era un área pública. Volteó a ver a Joni en la silla de ruedas y le dijo: “Señorita, regrese esa silla de ruedas al lugar donde la encontró”. Se sintió impactada y le contestó: “¡Pero esta es mi silla de ruedas!” Esa noche todos rieron, pero una amiga le dijo que ese fue un momento poderoso porque había sido la primera vez en dos años que había dicho “¡mi silla de ruedas!” Ese fue el inicio de su sanidad. Joni tuvo que apropiarse de su dolor para disfrutar del gozo de Dios. A menudo dice que no cambiaría la silla de ruedas por nada, porque fue esa silla el instrumento que Dios usó para regalarle gozo.
[1] El período considerado como la “corta espera” es el intervalo que se da entre la cruz y la resurrección. En el original, la locución adverbial “de nuevo” (παλιν) para “volverán a” une los dos intervalos, lo que desmiente que el “verme” sea el regreso de Cristo. Los dos verbos “ver” se enlazan muy cerca en cuanto tiempo, por medio del adverbio.
[2] Citado por Dann Spader y Gary Mayes en Growing a Healthy Church (El crecimiento de una iglesia saludable), Moody Publishers, 1993, pág. 185.
[3] La forma verbal (θεωρειτε) está en presente y no en futuro, tiempo que significa que desde ahora no lo verán. “Ya no” (ουκετι) no significa “nunca más”. La acción simplemente se detiene (Bernard, John, pág. 513).
[4] BAGD, Lexicon, pág. 360.
[5] Un verbo diferente (οψεσθε) se usa para la visión de la resurrección, la cual está en tiempo futuro (del οραω). El verbo reemplaza el verbo anterior porque en Juan siempre se usa para enfatizar la percepción espiritual (Bernard, John pág. 513).
[6] TDNT, V:360.
[7] Meyer, John, pág. 451.
[8] Morris, John, pág. 703.
[9] Oswald Chambers, Baffled to Fight Better (Confundido para llegar a una mejor batalla).
[10] Paul Brand y Philip Yancey, “And God Created Pain: A world-famous surgeon’s appreciation for the gift nobody wants” (Y Dios creó el dolor: la comprensión de un famoso cirujano acerca del regalo que nadie quiere). Christianity Today, 10 de enero de 1994, vol. 38, no. 1, pág. 18.
[11] Ravi Zacharias, Jesus Among Other Gods (Jesús entre otros dioses), págs. 59-60.
[12] NIDNTT, 2:416-420.
[13] Bernard, Juan, 2:515. La palabra es λυπηθησεσθε. Se trata de un futuro en pasivo, lo que significa que algo externo a la persona le causa un dolor interno.
[14] Se denota un contraste perspicaz en el versículo, lo que impide que la traducción a otros idiomas pueda interpretarlo de manera eficaz. El pronombre (υμεις) se coloca con mucho énfasis al final de la oración adyacente a la palabra “mundo” (κοσμος) que inicia la siguiente oración.
[15] El verbo es γενησεται que significa “ser o convertirse”. Morris, Juan, pág. 705.
[16] Dick Staub, Too Christian Too Pagan (Muy cristiano muy pagano), pág. 113.
[17] Elisabeth Elliot, A Path Through Suffering (Un camino a través del sufrimiento), pág. 89.
[18] F.W.H. Cita de Mayers en el libro de Elliot, A Path Through Suffering (Un camino a través del sufrimiento), pág. 42.
[19] Steve Saint, “¿Tenían que morir?” Christianity Today, 6/9/96, pág. 25.
[20] Kent y Barbara Hughes, Liberating Ministry from the Success Syndrome (La liberación de ministerio del síndrome del éxito), Crossway, 2008, pág. 144.
[21] Jerry Sittser, A Grade Disguise: How the Soul Grows through Loss, (El disfraz de la gracia: la forma en que la gracia aumenta a través de la pérdida), Exanded Edition, Zondervan, 2004, pág. 42.