Pastoreando a nuestra congregación en medio del dolor
Por el pastor Daniel Coffin
Pastor, ¿cuál es tu primera reacción cuando suena el teléfono y al responder te das cuenta de que es un miembro de la congregación que ha perdido a un ser amado? Después de treinta y seis años de contestar a ese tipo de llamadas, debo admitir que estas noticias todavía caen como un balde de agua fría. Sin importar a cuántas familias o personas acompañas en medio del dolor, nunca es una tarea fácil. En el ministerio pastoral, por naturaleza, he participado en cientos de funerales y en lugar de que se vuelva una experiencia “fácil”, para mí, se vuelve más difícil. Este artículo tiene como propósito animarte en tu propia situación, no busca darte todas las respuestas.
Todos conocemos este versículo: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (1 Tes. 4:13). Creo que este recordatorio de Pablo es un punto de inicio y no el punto final para todo pastor que esté tratando con el dolor. El dolor se define como una aflicción profunda. La profundidad del dolor de una persona se relaciona directamente con la profundidad del amor por la persona que ha fallecido. He visto una tendencia común entre los creyentes. A menudo, intentamos dar consuelo a la persona afectada por el dolor usando trivialidades, la cuales sí poseen un buen significado, pero igual, siguen siendo trivialidades que no mitigan la aflicción que se ha encontrado.
Para mí, el primer paso es algo que llamo la prioridad de estar presente. De ser posible, póngase en contacto con la persona y familia de forma inmediata. Casi nunca es un momento oportuno para recibir este tipo de llamadas, pero si te llamaron, hubo una buena razón para hacerlo. La preparación del sermón, las reuniones de planificación, incluso las reuniones de consejería pueden reestructurarse con un poco de fineza y explicación. Claro está, que, si la familia está a una distancia muy lejana para que los visites de inmediato, tendrás que ministrarlos por teléfono. Es importante darles seguimiento lo más pronto posible con una visita personal. Como un líder espiritual de la familia, tu presencia física será útil para recordarles del profundo amor de Dios. Nunca olvidaré las miradas en los rostros de incontables familias cuando llegué a su casa, la habitación de hospital o residencia de ancianos donde se reunía la familia. Esto llenaba de humildad y calidez mi corazón.
El dolor es una emoción realmente humana. Como pastores debemos ser cuidadosos con no minimizar esta emoción con nadie que esté atravesando una pérdida. Es muy fácil decir algo equivocado; existen palabras amables que lastiman a muchas personas, más de lo que puedes imaginarte. Si la persona en quien te enfocas empieza a hablar, escucha atentamente. Puede que escuches ira, frustración, desesperanza, temor o incertidumbre. En ocasiones, expresarán ese enojo contra Dios porque estás ahí como su representante. La mejor lección que aprendí durante mis primeros años de carrera pastoral fue que Dios no me necesita para defenderlo. Permite que las personas hablen con honestidad. Eso que expresan es lo que sienten en ese momento.
Lo mejor que puede hacer cualquier pastor en ese momento, quizás es lo más difícil. Me refiero a escuchar pacientemente y dejar que la persona, o personas, exprese su dolor sin intentar decirles palabras gentiles que creamos que los harán sentir mejor. Aunque todos hemos sufrido pérdidas y sabemos cómo se siente el dolor de nuestra parte, no podemos suponer que otra persona se sienta de la misma manera. Perder a un ser amado puede causar impacto o tristeza en una forma inimaginable en la vida. Como pastores, nuestro deseo es consolar, pero ¿cuál es la mejor manera de hacerlo?, de eso se trata este artículo. Confío en que las siguientes observaciones te ayudarán con lo que más se necesite.
El segundo factor para mí ha sido orar con anticipación. Me he sentido respaldado cuando llamo a uno o dos guerreros de oración antes de salir a visitar a la familia. Es posible que una llamada pueda ser el inicio de una red de llamadas que se hacen con sumo cuidado. Con esto me refiero a que se debe pensar en las circunstancias relacionadas con la muerte. Orar por la familia que sufre y por tu ministerio es una acción poderosa, pero si cuando le pides a alguien que ore debes darle demasiados detalles para que lo haga, no es la persona correcta. Tengo la bendición de tener un pequeño círculo de amistades a quienes puedo llamar y en un minuto, poner en marcha la misión. Al momento de salir a ver a la familia, sé que las oraciones que se han elevado van conmigo incluso cuando voy conduciendo para reunirme con ellos. También me he dado cuenta de que orar en el camino ha preparado mi corazón y mente para aquello que pudiera encontrar al momento de llegar.
Llegar a tu destino y hacer ese contacto inicial requiere una sensibilidad pastoral. Quizás quiera reunirse en una de las habitaciones solamente con el cónyuge. Puede que encuentre a un grupo de familiares, amigos, personal médico, cada uno con su propia agenda o responsabilidades. Existen muchas situaciones por las que las personas sufren, pero aquí dejo un par de escenarios como ejemplos. Llegas al hospital después de recibir una llamada del personal del lugar, en nombre de los dolientes. En esa situación, intentas comunicarte con esa persona de inmediato para guiar a la familia y tal vez para tener un poco de información sobre el fallecimiento. En otro escenario, llegas a la casa de la familia después de haber recibido la llamada de uno de los hijos que ha llamado en nombre su padre o madre. Te presentas a la persona que te recibe en la puerta, a menos que te conozca directamente. Te diriges a la esposa o esposo, a los hijos, tan pronto te sea posible y les dices que estás ahí para ellos. Cada situación será diferente, por lo que debes permanecer flexible. El propósito de esta visita es ministrar, no de aconsejar.
Mantén en mente que mientras desees ayudar a los dolientes, el dolor es un proceso, no es solo un suceso. En ocasiones, algunos cristianos dicen cosas que son verdades bíblicas, pero que quedan fuera de lugar en ese contexto. Hablé anteriormente de las trivialidades, por lo que es necesario que tomes en cuenta estas observaciones. El dolor duele. En nuestro amor o cuidado por aquellos que están en dolor, no debemos apresurar a que se aparten de ese dolor. He hablado con cientos de personas dolientes y el denominador común es que muchos tratan de hacer que se sientan bien de inmediato. Hazte esta pregunta: ¿Deseo ver que esta persona salga de su dolor pronto para mi propia comodidad? En otras palabras, sin darme cuenta, ¿intento que quiero acelerar el proceso porque me lastima verlos y quiero que mi dolor termine? Uno de los obsequios de amor que podemos ofrecer como pastores cristianos es caminar con quien atraviesa por el dolor, no solo darle instrucciones de cómo salir de él.
En Juan 16:20, Jesús habló con los discípulos acerca de su partida y hablaron sobre sus preguntas sobre lo que Él hablaba. Dijo: “De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero, aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo”. Luego, en el versículo 22, dijo: “También vosotros ahora tenéis tristeza…” Hay un tiempo para llorar y un tiempo para alegrarse. Como pastores es importante distinguir estos dos episodios y ayudar a las personas a atravesar el dolor. Para quienes están leyendo este artículo y tienen años de experiencia en el tema, gracias por ese servicio al reino.
Sin embargo, si no has ayudado a cientos de personas en dolor, todos ellos preciosas joyas de Dios, los animo a que lo hagan. No tengas temor de estas llamadas ni de las oportunidades que se dan. La dicotomía es que el aspecto más difícil de mi llamado pastoral es caminar con los que lloran, pero esto también me da un privilegio increíble para el ministerio. El enfoque es pastorear, cuidar a aquellas ovejas de la congregación que están en aflicción. Acéptalo como parte de nuestro llamado: Jesús sufrió por nosotros, murió por nosotros, pero por ahora, nos pide que vivamos para Él. Entrégalos a Jesús, pero permite que el Espíritu Santo te guíe en el proceso.
El ministerio está lleno de desafíos y bendiciones. El ministerio con aquellos que atraviesan dolor también implica estos dos aspectos. ¡Qué gran gozo es ver personas que llegan a la salvación en las próximas semanas y meses después de estas visitas porque representaste a Cristo con paciencia cuando necesitaban verlo con claridad! El dicho “a las personas no les importa cuánto sabes hasta que saben cuánto te importa” se ajusta a este momento. Muestra a estas personas que Jesús se preocupa por su dolor y que Él los ama profundamente. Recuerda, Él no es un extraño al dolor.
Que no te impacte ni te doblegue si empiezas a escuchar que las personas se ríen durante la reunión. Tal vez sabes que lidiar con el dolor puede llevarte por un remolino de emociones que se vive como humanos. Aunque este no es momento para bromas con tal de hacer reír, la familia podría empezar a contar historias y un recuerdo cómico podría surgir en la conversación. Permite que interactúen en la forma en que deseen.
Una de las preguntas que otros pastores me preguntan a menudo es ¿cómo terminar esa reunión? Eso es algo que desarrollarás con el tiempo. No permanezcas durante demasiado tiempo, pero tampoco te apresures por salir. Lee las circunstancias. Si empiezan a preguntar por los detalles del servicio para el funeral, es un buen momento para garantizar a la familia que estarás disponible para hablar de esos temas cuando estén listos. Pide si puedes compartir la palabra con ellos y ora; no prediques un sermón, pero sí haz una oración corta y sincera para consuelo y esperanza. Pregunta si tienen alguna necesidad en la que la familia de la iglesia pueda ayudar, como llevar alimentos, alojamiento o transporte y ofrécete a hacer esos arreglos. Si es un buen momento, establece una cita de seguimiento antes de marcharte, luego, deja tu información de contacto para quienes necesitarán hablarte.